Estaba atrapado en aquel cuyo mundo interior era un torrente de sensaciones y emociones, pero carecía de las herramientas, del código compartido, para siquiera intentar traducirlo en palabras. Su silencio no era un vacío, sino una plenitud inexpresable, un universo rico y complejo sellado tras la barrera de la incomunicación. Su frustración era la de un músico ante un instrumento mudo, la melodía vibrando en su interior sin poder alcanzar el oído ajeno.

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